Nuestra adoración implica cantar canciones de alabanza y reflexión a Dios. Nuestra música está compuesta de una canción sencilla, con letras inspiradas en la Palabra de Dios, sus obras y su carácter. No usamos instrumentos musicales; solo alzamos nuestras voces mezcladas a Dios en alabanza. Animamos a todos a cantar, por eso se nos ha ordenado que lo hagamos.

 

    Nuestra adoración involucra la predicación de la Palabra de Dios. Cada domingo nos reunimos para escuchar los mensajes de la Palabra de Dios. Los sermones que se predican son claros, serios, cristocéntricos y relevantes.

 

    Nuestra adoración implica compartir la Cena del Señor. Jesús instituyó esta observancia cuando él y sus apóstoles compartieron la comida pascual la noche antes de su muerte en la cruz (Lucas 22: 14-23). En esta ocasión, Jesús tomó el pan, lo bendijo, lo partió y lo dio a comer a sus discípulos, y les explicó: “Esto es mi cuerpo, que es entregado por ustedes. Hagan esto en memoria de mí” (Lc 26,19). Entonces, Jesús tomó la copa, la llenó del fruto de la vid, y la pasó a sus discípulos para que la bebieran, y les explicó: “Esta copa que se derrama por ustedes es el nuevo pacto en mi sangre”.

Por lo tanto, la Cena del Señor, la fiesta de la Comunión, es una conmemoración de la muerte de Jesús en la cruz. Es una conmemoración que se llevará a cabo el primer día de cada semana (Hechos 20,7; 1 Corintios 11,17-34). Y, entonces, participamos de la Cena del Señor todos y cada uno de los domingos mientras nos reunimos.

 

Como familia de creyentes, valoramos el tiempo que pasamos juntos en la adoración, el estudio y también en entornos menos formales. Disfrutamos estar juntos y valoramos los lazos que nos unen como creyentes.